Patriciamiriam's Blog

Cosas que pasan , cosas que pienso

Un ossicino y Un huesito

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A continuación, se encuentra el link al relato «Un Ossicino». Publicado en Il primo amore, revista electrónica de literatura de Italia.
Traducido al italiano por Linda Pagli, colega informática italiana y amiga del corazón.

El relato «Un huesito», pertenece a la obra aún inédita «Hay que saberse una poesía de memoria». 1974-1980: Testimonios de una mujer argentina. Esa soy yo.
La obra fué premiada con la única mención en la categoría testimonial del concurso Casa de las Américas, realizado en La Habana, Cuba, en febrero del año 2009.
Linda Pagli leyó la obra, y, por alguna razón, fué este el relato que eligió para traducir. Me dijo, es el que mas me llegó al corazón.

Un ossicino. Publicado en Il primo amore
Un ossicino

A continuación, el relato original: Un huesito.

Hoy estaba buscando un anillo en mi tocador. Y apareció mi huesito. Yo ya sabía que lo tenía allí. En realidad, lo traje cuando desarmamos la casa de los viejos. Lo encontró Claudia, mi hermana, y me lo dio. Esto es tuyo, me dijo. En realidad, yo se lo regalé a mi papá. Pero ahora, vuelve a ser mío. Porque papá ya no está. Es un huesito. Y lo hice yo. Lo hice yo para mi papá, pero como papá ya no está, vuelve a mí. Mi huesito. Pero este huesito no es mío. No. Creo que hoy voy a hacer algo. Voy a cumplir la promesa que un día le hice a papá, cuando le regalé este huesito. Si. Hoy voy a cumplir la promesa.

Yo te escucho, pero no te entiendo, ¿que es un huesito? Me pregunta mi amiga Liliana.

Un huesito es una talla en hueso. Es una de las muchas manualidades que hacíamos en la cárcel. Era una de las más comunes. No creo que exista alguien que no haya hecho un huesito en la cárcel. Hay quienes hacían maravillas, hay quienes, como yo, hacían lo que buenamente podían, pero todas, todas las mujeres, al menos alguna vez en la vida (en esa vida, me refiero, que era una vida aparte de la otra, o sea de esta) hicimos alguna vez un huesito.

Y esas tallas, ¿como eran de grandes? Me estoy imaginando por ejemplo una especie de escultura, ¿es así?

No, no era una escultura. Para nada. Por dos motivos. Primer motivo, porque los huesos sobre los que tallábamos eran muy pequeños y provenían de los guisos (mejor llamados “tumbas”) con que nos alimentaban casi a diario. O sea que, lo primero que solíamos hacer cuando recibíamos la “tumba” era buscar huesitos.
Los mejores eran los de caracú. Porque tenía que ser un huesito suave en textura, y por otro lado suficientemente grandecito como para permitir su tallado, pero no demasiado delgado. Otro elemento importante era que el hueso no fuera fibroso por dentro. Porque sino, se te astillaba. O sea que el hueso de caracú estaba entre los mejores. Fijate y verás. Está bueno. Por supuesto que muchísimas veces la tumba venía sin huesitos. No era una tarea sencilla hacerse con un buen huesito. Insisto. Había que saber encontrarlo. Algunas chicas eran expertas en huesitos. Tenían stock de huesitos. Podías ir y pedirles alguno, si lo necesitabas. Pero la verdad es que , de la misma manera que el escultor va a la cantera a buscar la piedra cuyo tamaño y forma aplica con lo que quiere crear, de la misma manera que, leí una vez, Miguel Ángel cargaba la piedra en su espalda, desde la cantera hasta su taller, para sentir su peso, para juntarse con la piedra, obra y obrador, bueno, valga esta comparación humilde, de esa misma manera era bueno hacerse uno con su propio huesito… buscando día tras día, en cada tumba, aquel que aplicara a lo que querías hacer.

Y te dije que había otro motivo para que sean pequeños, claro. Nada, nada de lo que hacíamos podía ser grande. Porque había que ocultarlo. Es decir, todo lo que hacíamos estaba prohibido. Por supuesto que también los huesitos.

Y ¿que hacían con esos huesitos? ¿Que cosas tallaban? Y ¿con qué las tallaban? pregunta Liliana, una de las pocas amigas que siente curiosidad por las cosas que hacíamos en la cárcel.

Cuando encontrábamos un lindo huesito, entonces lo lavábamos. Bien lavadito, sacándole todo vestigio de carne. Y luego lo dejábamos secar. Entonces ya estaba listo para ser tallado. Se tallaba alguna figura en relieve sobre el huesito. Primero la dibujabas, luego ibas despacito, despacito, con una herramienta tipo punzón, (prohibidísima, obviamente, que creo que la hacíamos con el cañito de las biromes, al cual le pegábamos (con fuego) un trocito de algo filoso, también prohibidísimo), bueno, así, despacito, despacito, ibas comiéndote parte del huesito para dejar la figura en relieve. Podías estar unos cuantos días haciendo el huesito. Cuando estaba listo, se hervía en té. Para darle el color.

Liliana pone cara de no entender demasiado. O si. No lo sé.

Un día de estos te voy a traer mi huesito para que lo veas. Yo nunca fui muy buena para las manualidades, así que el mío es muy sencillo. Yo a papá le hice una A. Porque papá se llamaba Abraham. Así que le dibujé una hermosa A mayúscula. Mas o menos de 3 cm. de alto por 2 de ancho. Un rectangulito chiquito con una “A» en relieve.
Y cuando terminé, se la di. Y le dije que le regalaba la A que era la inicial de su nombre, para que la lleve. Y que cuando yo tuviera un hijo, le iba a poner un nombre que comenzara con A. Así después, el podría pasarle su huesito a mi hijo. Esa fue mi promesa. De varón a varón. De mi padre a mi hijo. ¿Como sabría yo que iba a tener un hijo? No lo sé. Pero sí sé que el huesito tenía que ser para mi hijo varón.

Así que esa fue tu promesa. Pero tu hijo se llama Emiliano, ¿te olvidaste cuando él nació de tu promesa?

No. Podría decir aquí que si, que me olvidé. Pero, que sentido tendría que yo mienta aquí. Si esta es mi memoria. No. No me olvidé. Solo que no fui fiel a ella. Lo lamento. Siempre lo lamenté. Aunque me gusta que mi hijo se llame Emiliano. La verdad es que traté de encontrar nombres que empiecen con A, cuando nació nuestro hijo. Y ninguno me gustaba. Pero además. Tampoco le dije nada a mi marido. No le hablé del huesito. Ni de mi promesa. Ni de los nombres con A. No sé porqué no lo hice. Pero no lo hice. Quizás porque no quise encadenar a mi hijo a una historia que, curiosamente, estaba llena de cadenas… Cuantas cadenas. Cuantas.

Papá nunca me dijo nada. ¿Recordaría él mi promesa? No lo sé. Es probable que sí. Lo lamento tanto. Papá le puso una cadena a mi huesito. Y creo que la llevó puesta mucho tiempo.

Que bueno que mi hermana haya encontrado la cadenita con el huesito cuando desarmamos la casa de mis viejos. Estaba caída detrás de uno de los cajones del tocador de mamá. Así que Claudia me dijo, llevátela. Es tuya. Todo vuelve a uno. Lo que uno da, vuelve a uno.

Así es que hoy le doy la cadena que lleva el huesito a mi hijo. La toma en sus manos. Yo no le digo nada. ¿Que es? Me pregunta Emiliano. Es una cadena de mi papá, se la hice yo. Quiero que vos la tengas.
Que linda es, dice Emi.
Si. Es linda.
¿Que es? ¿Madera? (parece madera por el color té que la pone oscura)
No. Es de hueso. Se la hice yo, en la cárcel.
Gracias. Dice Emi. Y se la pone en el cuello.

Vaya. Hoy cumplí mi promesa. Vaya.

Written by patricia miriam

septiembre 29, 2010 a 10:23 pm

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